sábado, 1 de octubre de 2011


Las violencias, las muchas, las tantas violencias

(Editorial Cuartilla, Gaceta de la Facultad de Economía UNAM
Edición 47, abril 2011)

Ricardo Arriaga Campos

Las violencias, las muchas, las tantas violencias: desde el altavoz de la academia se ha advertido que no tienen un origen espontáneo, que no nacen simplemente, que se “cultivan”. En foros como los que reportan las páginas de esta edición de Cuartilla y otros que coincidentemente se presentaron en el país, los análisis apuntaron a la urgencia de reconocer la importancia de la multiplicidad de factores (inclusive los aparentemente mínimos y de todos los días) que hacen posibles tales violencias; de entrada, las circunstancias urbanas en las que se conjugan el crecimiento desordenado, y con él el hacinamiento de grandes grupos de población en zonas descobijadas de servicios, versus la fortificación aséptica de calles y colonias enteras. Esta amalgama también es sazonada por las contradicciones económicas de las que también aquí, en la academia, hemos advertido –sin interlocutor operativo en la definición de políticas públicas– ya casi hasta la letanía. A ese caldo le agregamos el condimento de la consistente “desculturización” de la sociedad mexicana que espanta de sólo recorrer algunos datos; el desarrollo de las prácticas y consumos culturales, que, como se dijo, sería un gran antídoto contra la destrucción del tejido social y los ambientes violentos, en cambio se ha instalado groseramente como una de las grandes omisiones del Estado (por ejemplo, en materia de “industrias culturales”: mientras 90% de la población mayor de 15 años ve la televisión y de ese porcentaje 94% lo hace de una a más de dos horas, 68% no usa internet, 66% no ha asistido nunca a un espectáculo de danza, 45% nunca ha ido a un concierto en vivo, 83% no sabe tocar un instrumento musical, 67% nunca ha ido a una obra de teatro, 86% no ha ido a una exposición de artes plásticas y 87% no ha estado en un centro cultural, 90% no ha hecho un viaje cultural, 53% nunca ha visitado una zona arqueológica, 43% nunca ha ido a un museo, 43% nunca ha estado en una biblioteca y 57% nunca ha ido a una librería y de ese porcentaje el 68% no ha ido porque no tiene dinero, tiempo o no le interesa, 24% no tiene un solo libro en su casa y el 38% tiene de uno a 10 libros únicamente, solo 4% tiene más de 90 libros, 94% no ha escrito nada creativo, 79% no ha comprado un libro no relacionado con sus estudios o profesión. Encuesta nacional de prácticas y consumo culturales, agosto 2010, Conaculta: http://www.conaculta.gob.mx/recursos/banners/ ENCUESTA_NACIONAL.pdf). Pero todavía más allá, hemos ido a recuperar y denunciar sistemática y formalmente las microcausas que parasitariamente allanan la multiplicación, en cantidad y dimensión, de las “grandes” violencias, es decir, los maltratos urbanos cotidianos y ubicuos (precursores, los han llamado) que arruinan el día a día: desde congestionamientos viales –indiferentes tanto a gobiernos, como a establecimientos comerciales, a cadenas de transporte público y a sus impunemente desfachatados choferes–, la indolencia en el manejo de la basura, las burocracias irremediables de todas las ventanillas con sus “licenciados” y sus “señoritas”, las enanas monarquías de las jerarquías laborales, hasta la indignidad reducidísima de las viviendas en desarrollos (paradójica denominación…) inmobiliarios, la escasez o hasta inexistencia de servicios de salud, la ineficiencia de las escuelas públicas o privadas por igual, en fin las muchas, tantas violencias, las que tiñen tiempos y páginas de los medios y las que, anónimas, no llegan, las sin nombre, sin factura, sin prestigio, sin voz, es decir los atropellos a las dignidades, a las libertades, por parte del crimen y también de las institucionales, más graves aún por provenir de donde debería manar protección, certeza, justicia, verdad. Porque en el escenario de nuestros días, sólo es sólido el papel de las preguntas: cuándo, cuánto, cuántos: cuándo nos jodimos tanto, cuánto es necesario para que esto reviente o empiece a cambiar, cuántos violentados más por las muchas, tantas violencias, cuántos presuntos culpables, cuántos inocentes burocráticamente culpabilizados y así cuántas vidas suspendidas, fracturadas, cuántas mujeres asesinadas, ultrajadas, cuántos niños desaparecidos, abusados, cuántos trabajadores humillados, desplazados, y aun entre los empleados cuántos subordinados maltratados, cuántos jóvenes (des)educados –parafraseando a Chomsky–, institucionalmente abandonados, cuántos estudiantes gradualmente (grado a grado) analfabetizados, cuántos enfermos “des-asegurados”, cuántos consumidores engañados, sometidos, cuántos migrantes en la práctica expatriados, cuántos televidentes monopólicamente desinformados, sistemáticamente alienados, cuántos campesinos expulsados, desterrados, cuántos indígenas arrinconados, silenciados, subterráneos, cuántos creadores amarrados, cuántos viejos desechados, cuántos indigentes soslayados, cuántos pobres aún más pauperizados, cuántos maestros descalificados, cuántos muertos “colateralmente” anónimos, y con ellos cuántos huérfanos anónimamente desamparados. Y así es que no para esta locura, esta tómbola fatal: todos pierden, las microviolencias cotidianas permean la vida urbana y sazonan el permisivo líquido amniótico en que se gestan los monstruos de las incontenibles macroviolencias.